sábado, 11 de marzo de 2017

El más desigual sentido

Pero… ¿qué igualdad ni qué niño muerto?  No se lo cree ni el que teorizó con estos asuntos  siendo un  precursor de los servicios sociales de la localidad en los años 80.
Vamos a ver, ¿cómo se puede impartir igualdad si la mayor parte de los acuerdos y legajos al respecto los elaboran y dictan en su mayoría  hombres?  Siempre los he visto como meras obras de caridad que nos otorgan por alegrarles la vida o para que no se la amarguemos…
Igualdad, dicen, ¡qué barbaridad…, qué falacia…!
Tanto  es así que desde que me intuyo en la vida, desde la mesa de la cocina de la casa de mis padres, desde los juegos en la calle con mis presuntos en igualdad  amigos masculinos, desde el pupitre de párvulos en el colegio y, rascando más arriba, hasta llegar a la universidad, yo, una mujer,  me he creído posiblemente con menos capacidades que un hombre.
Claro que nací igual a ellos, ahora lo sé, pero el mundo ya era suyo y nos  bañaron en el perfume que a ellos les gustaba.

A veces me tienen hasta los cojones, usando su patriarcal lenguaje,  de verles pavonearse en el trabajo al mínimo logro que consiguen…, de que se les reconozca un talento y una trayectoria que en nosotras  no quieren percibir ni remunerar…

Hasta ahí mismo me llevan cuando en el hogar todos disponen de tiempo en recrear su vida… Y la mía, servil a toda costa, se ocupa de organizar, recoger, limpiar, lavar, secar, planchar, protestar, callar, sufrir y humillarse…  relegarse….

Si, lo confieso, urdimos mañas de mujer para paliar tales efectos. Nuestra guerra fue de soledad tapada, paciente y silenciosa. Ganamos alguna que otra lid en el combate, nunca una batalla….
Las mujeres crecimos en el más desigual sentido común de los sentidos.
Tanto es así que parimos su estirpe.
Y ahí me atraparon sin remisión al arropar a mi vástago y protegerlo de ambas fauces:
Para que algún infame no me le contaminara con la dictadura moral del patriarcado.
Para que alguna arpía de mi género no le dominara  y torciera sus voluntades con nuestras consabidas tretas.

Mi hijo, que es uno de ellos, tiene tanto de mí….

¿Igualdad?
Si hasta estas letras las escribo robándome el tiempo a mi descanso.
¿Igualdad? 
Sí, claro, seguimos igual…
¿Igualdad?
Cuando  caminen máquinas  encima de los hombros,  que todo llegara…

Priscila Alonso